Hijo de hombre, el título

Tapa - Hijo del HombreDesde el inicial vistazo a la tapa del tomo, el título me pareció enigmático. Inmediatamente hice una asociación con uno de los títulos adjudicados a Jesucristo.  Los elementos religiosos del primer capítulo confirmaron mis sospechas que la obra, abarrotada de expresiones poéticas, podría ser una alegoría. El recluso leproso del pueblo, escultor y músico, engendra un Cristo de madera que termina generando un autóctono rito y convirtiéndose en el referente de Itapé. Mi hipótesis se fue sustentando al toparme frecuentemente con personajes estelares y secundarios con nombres con connotación bíblica. Sin embargo, con el correr de las páginas y los sucesos, en el suelo paraguayo, esta posible complicidad con los Evangelios comenzó a diluirse para dar paso a otros asuntos.

La conflagración parece ser la veta temática que recorre la novela y hasta define la identidad nacional que refleja. Uno de los personajes lo revela al afirmar que el lema de la Guerra Grande “resumía el destino de un pueblo cuya fatalidad ancestral parecía residir en la guerra” (X, 7) El tiempo de la obra está demarcado por rebeliones. El cuarto de siglo que transcurre en el escenario narrativo se inicia con la explosión de un tren colmado con rebeldes que deja un tendal de muertos y un pueblo devastado. Algunos de los nacidos en esa época, como Cristóbal Jara, con el transcurrir del tiempo, se convierten en los protagonistas y héroes de otro levantamiento que no parece cuajar porque la soberanía nacional se ve amenazada por incursiones bolivianas. Los presos políticos terminan uniéndose a las fila de un escuálido ejército que combatió en la Guerra del Chaco.

En este escenario de contiendas, aquellos lectores que mantuvimos latente la curiosidad del significado del título de la obra, tenemos que sepultar a los antihéroes y los “don nadie” que se convirtieron en los personajes de la obra: campesinos, camioneros, agricultores y redimidas prostitutas, para entender hacia dónde apunta el título. Miguel Vera, tal vez el hijo más encumbrado de Itapé, la voz narrativa que aparece y desaparece y de cuyos manuscritos, nos enteramos al final,  nace la obra,  luego de luchar en el frente de batalla,   regresa a su terruño con una firme consigna: “comencé la tardía indagación de los hechos, no para ayudar a la justicia –que ya se había cumplido al margen de las leyes- sino para llegar hasta el fondo de una iniquidad que nos culpa a todos” (X,4).

Si en un principio pensamos que el título podría tener una connotación bíblica, tanto las Escrituras, como Miguel Vera establecen el fundamento que “todos pecaron”. Sobre esta afirmación, sin embargo, el blanco del clamor y gemido de los últimos personajes de la obra no apunta a lo religioso o espiritual, sino a lo humano y social.  “Algo tiene que cambiar. No se puede seguir oprimiendo a un pueblo indefinidamente”(X,7), afirma Jocó.  Antes ya había clamado: “pertenezco a una clase de gente para la cual no cuenta el futuro”. El agonizante quejido de estos hombres que habían sepultado sus vidas en las trincheras de una guerra fratricida se dan cuenta que el Hijo de hombre “sufriente y vejado es siempre y en todas partes el único fatalmente inmortal. Alguna salida deber haber en ese monstruoso contrasentido del hombre crucificado por el hombre” (X, 10)

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1 comments on “Hijo de hombre, el título
  1. Bruno Nassi dice:

    Hola, Silvia: Tu comentario me hizo recordar una frase que leí una vez de un teólogo brasileño (Leonardo Boff), quien respecto a Jesucristo dice que era tan humano (tan hijo de hombre, podríamos decir acá) que sólo podía ser Dios. Y, al mismo tiempo, como comenté en clase, recordé una estrofa del poema «Los dados eternos» de César Vallejo:
    Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
    hoy supieras ser Dios;
    pero tú, que estuviste siempre bien,
    no sientes nada de tu creación.
    ¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

    Creo que, como bien dices, al final la novela demuestra que el hijo de hombre es el verdadero inmortal, el que siempre vivirá en la penitencia, en los sobresaltos. Creo que quizás Roa Bastos, como Vallejo en ese poema, reclama la divinidad humana. Pero, claro, esta divinidad no implica necesariamente algo positivo, sino una carga se sufrimiento. En fin, interesante tratar de entender el porqué del título, que es casi también tratar de entender el porqué del libro.

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